El amor vuelve
Queremos el amor de regreso, y siempre vuelve. El problema para nosotros
radica, casi siempre, en que no vuelve desde donde lo esperamos.
Queremos el amor de regreso pero con ciertas condiciones específicas.
Elegir el remitente, por ejemplo, o los lugares adecuados, o aún más complejo, el
momento ideal; pero así no es, así no funciona.
El amor es una fuerza tremenda e incontenible, es una energía que llena y no
se detiene, es una cascada que no deja de caer y una fuente que no deja de
brotar. El amor siempre está. Nos rodea, nos inunda y nos embarga, aunque en
ocasiones no lo percibamos.
Una pregunta más útil para reflexionar, sería si somos capaces de reconocer
el amor en sus distintas formas, proveniente desde diversos orígenes y que
llega en cualquier momento. Y otra más profunda aún, es si sabemos qué hacer
con ese amor.
No podemos decidir el origen del amor que va a llegar a nuestra vida, ni en
qué tiempos, ni en qué espacios. No podemos decidir el trayecto del amor que
damos, ni hacia dónde irá, ni cómo volverá. No podemos decidir las distintas formas que
tiene, ni las personas que lo traen a nosotros. Solo tenemos la certeza de que
regresará desde algún punto, en un momento cualquiera y en cualquier lugar.
Yo he visto el amor volver en la forma de otros brazos, de otros ojos, de otras bocas.
He visto el amor volver en la forma de otras voces, otra música, otros bailes, otros pasos.
He visto el amor volver en la forma de otros nombres, otros paisajes, otros silencios, otras distancias.
Y he hecho al amor volver en la forma de mis manos, de mis palabras, de mi piel. En mi forma.
El amor es el río que vuelve, ese es el hecho, y vuelve con fuerza y sin
frenos. La pregunta que define todo, es si somos el cauce, somos el caudal, si dejamos
que nos lleve, o si nos sentamos a mirar.
El amor vuelve.