Carta a un amor que ha de llegar
Ninguna distancia es más grande que la voluntad, le dije, mientras trataba de
convencerme a mí mismo. Y es que muchas veces la sensación de estar lejos se
parece mucho a la de estar solo; sin embargo, ya no estamos en edad como para
morirnos de miedo o tristeza por lo que ya vimos que no mata. El futuro normalmente
da vértigo porque es un salto infinito hacia delante donde parece que no
hay nada, pero de vez en cuando somos capaces de ver, con claridad o vagamente,
el inmenso mar de historias que aún no conocemos, pero sucederán.
En este mundo, conocer a alguien es mucho más difícil que no conocerlo.
Somos tantos y en lugares tan diversos, que cuando vemos llegar a otro a nuestra vida,
es buen momento para comprender las razones de ese cruce. La vida parece
coincidencia, pero no es. Más bien somos un montón de hilos que se van enredando con
otros al entrelazar miradas, palabras, cuerpos; un manojo de posibilidades
contenidas; un eterno ir y venir de complementos; esperanzas, parasiempres,
mientrastantos; toda búsqueda emprendida en cualquier tiempo.
De vez en vez, me pregunto cuál será la decisión correcta que provoque el
resultado esperado, nunca sé bien qué contestarme. Lo que regularmente concluyo,
es que cualquier decisión es adecuada porque al haberla tomado se vuelve única y
depende de cada uno asegurarse de que así sea. A final de cuentas, estar vivo es
una cuestión de fe. Hay tantas maneras en las que el universo podría matarnos, que
indiscutiblemente hay una fuerza mayor a la nuestra garantizándonos, al menos, unos
años de vida.
Le atribuyo esta fortuna, no sólo de estar vivo, sino de coincidir, a la
capacidad de nuestras almas de complementarse unas con otras, de buscarse como se
busca un tesoro perdido, de rastrearse y recordarse no importa cuántas vidas
después. Me gusta pensar que las almas al principio de los tiempos estuvieron unidas y
ahora, en esos recuerdos milenarios, cuando se reconocen y se saben cerca, se
visitan una a otra por las noches, se meten a sus camas y a sus sueños, protegen a los
cuerpos del frío aire, se besan en la frente como a un niño, se escurren por las pieles
como agua y se guían unas a otras como ciegos.
Creo, con firmeza, que las almas reconocen su cauce como si fueran ríos
que están ahí desde la formación del planeta y saben su rumbo y sus caminos de
memoria. Creo también que la vida es una constante llegada a las orillas que nos
esperan, que cada paso dado fue en la dirección correcta, que todos los puntos en los
que no nos quedamos también nos dirigían hacia el esperado final. Y creo, por último,
que los más increíbles lugares, son personas, y que las más ansiadas historias, tienen nombre.
Deseo que lleguemos con determinación y contundencia, que no nos quepan
dudas en ningún lado, que tu alma sea un imán para mi alma, y que te
encuentres en mis ojos que te llevan.
Yo, por lo pronto, te escribo desde este lugar del mundo, desde este tiempo
específico en la historia, desde esta silla que sostiene mi peso, desde esta ventana
que deja entrar la luz, desde mis manos que han de tocarte, desde mi voz que
siempre te llamó, desde mis ganas de que aparezcas en cualquier parte y desde mis
convicciones de saber que vienes hacia mí, desde el primer paso que diste.
Ninguna distancia es más grande que la voluntad, me dirás.